El fantasma
Juan del Páramo
Voz: María Teresa Ramírez García
Duración: 7 Minutos
Música: OpenMus
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Seudónimo del autor: Juan del Páramo.
Nombre del autor: Jonathan Alexander España Eraso.
Introducción: Víctor Hugo.
Primer audiolibro de nuestra colección.
Texto
Quienquiera que tú seas, teme, en esa honda sima,
El roce de los vagos pasajeros del sueño…
¡Oh! ¡Los soplos! ¡Temed los soplos de la noche!
¿Adónde os arrebatan? Los cautivos de un sueño
se hacen sueño ellos mismos y caen, fatalmente,
en el enjambre negro de los rostros etéreos.
Víctor Hugo.
El cigarrillo dibuja la muerte y él también la dibuja, convirtiendo a aquella pasión en la solitaria soledad de su aposento.
Todo se muere: la rosa, el amor, los humores, tu rostro, la vida, el olvido, la muerte; también esta palabra se muere, su lectura, su ruido; solo queda un recurso: convertir a la muerte en pasión. Entre deseos y paredes, la silla crepita y ese es el único sonido que interrumpe el silencio; Un hombre imagina fantasmas viviendo dentro del closet y sonríe sin darse cuenta ante el último vestigio de los miedos de la niñez.
Él dibuja ventanas en todas partes, en los muros más altos y en los muros más bajos, en la paredes deformes, en los rincones, en el cielo y hasta en el piso y los techos; dibuja ventanas como si dibujara pájaros o montañas, en el día, en la noche, en las miradas y en los ojos de los fantasmas; habla de diversos ojos: ojos mortecinos e hinchados de noctámbulos, ojos falsos y ojerosos, ojos entornados casi expirantes entre los párpados enrojecidos por el llanto, ojos lagañosos por la enfermedad… todos los ojos de los fantasmas he visto en torno mío –comentó alguna vez- y para él los fantasmas eran solo ojos separados de todo, que se movían aquí y allá, dentro y fuera del closet para mirarlo. Pero él seguía incesante en su tarea, dibujando ventanas en los alrededores de la muerte, en las tumbas y los árboles; dibujaba ventanas en las puertas, pero nunca dibujó
una puerta; no quería entrar ni salir de su aposento, sabía que no se podía, solamente quería ver: ver, porque también era un fantasma y dibujaba ventanas en todas partes.
Cierta noche se acercó a la ventana que dibujó en la pared de su morada, daba a la calle; aquella ventana le mostraba luces tenues que rompían la oscuridad, pero que no eran suficientes para advertir si los peatones siguen deambulando o si está sola también su mirada, palpablemente sorda allá afuera: ¿por qué le pesará tanto la vida a veces, si es un fantasma?
Se acerca más a la ventana, la abre y un par de gotas logran alcanzarlo -es sabido que la noche cálida augura lluvia-. Ahora los árboles, los autos, las casas y la calle adquieren el brillo del agua, parece que todo estuviera plastificado o cristalizado; la quietud del paisaje es una certeza; solo algunas hojas se atreven a moverse y el agua, claro.
Bajo la luz que chorrea una columna de alumbrado, una mujer llama su atención, llama su mirada, su mirada de fantasma. El cuerpo preparado para un salto, los brazos extendidos como si un cisne estuviera a punto de emprender el vuelo, las palmas hacia arriba como si no quisiera que se le escapase la lluvia. Lleva un vestido suave o eso adivina por el modo en que se le adhiere al cuerpo; no ve la expresión de la cara pero habrá una sonrisa húmeda y unos ojos llenos de ensueño. Y él que no puede apartar su ciega y fría mirada de lo único vivo de la calle. Esa imagen, esa mujer, forma una simbiosis con el agua y con él mismo, que se pone bajo su piel sintiendo cada gota golpear y erizar su suavidad mientras resbala por el cuello y es absorbida y empapada en el escote. La recorre, porque él también es lluvia en la noche, él también la toca con la mirada y empapa su vestido.
La razón fantasma le grita que está loco, fantasma (fantasma loco), pero qué importa la cordura fantasmal si por primera vez la pasión puede adueñarse por un instante de la belleza, de la dibujada re-creación.
Y ahí, en medio del silencio de su aposento, los fantasmas salen con libertad del closet mientras un hombre-fantasma mira cómo se desdobla y danza en el cuerpo de una mujer, bajo una noche mojada.
Un grito desgarra la noche y se silencia con la frenada violenta de un camión encendido hasta el techo con luces de una ciudad entera de neones, el aposento está mojado, el cuerpo aún está tibio, sus ojos recién comienzan a cerrarse; un manto negro se adueña de la última mirada desdibujada, los vestigios fantasmales empiezan a renacer nuevamente en el closet…