Archivos para El Reloj

El Reloj

abril 23, 2010 — 2 comentarios

El Reloj
José Zorrilla
Poema
Voz: Sacha Criado
Duración: 6:24
Música: Tom Fahy (cc:by-sa)
FX: Audiolibro.org
Audiolibro gratis

Escuchar El Reloj:

Descargar Gratis este poema

José Zorrilla nació en Almendralejo (Valladolid) en 1817.

Jose Zorrilla

Acaba de morir un joven y Gran Escritor, Mariano José de Larra. Es el día 13 de febrero de 1837. Al entierro asiste todo el mundo literario, consternado ante la pérdida de un compañero que tanto prometía. Al día siguiente, los periódicos madrileños proclamaban en su titulares: «Ayer enterraron a un poeta y nació otro».

¿Qué fue lo que ocurrió en el entierro? Momentos antes de cerrar la tumba, un joven poeta, José Zorrilla, desconocido hasta entonces, rompió a leer los versos escritos la noche anterior. Pero dejemos que sea él mismo quien nos cuente lo que pasó:

«El silencio era absoluto; el público, el más a propósito y el mejor preparado; la escena solemne, y la ocasión, sin par. Tenía yo entonces una Voz juvenil, fresca y argentinamente timbrada, y una manera nunca oída de recitar, y rompí a leer…; pero según iba leyendo aquellos mis tan mal hilvanados versos, iba leyendo en los semblantes de los que absortos me rodeaban el asombro que mi aparición y mi voz les causaba. Imaginéme que Dios me deparaba aquel extraño escenario, aquel auditorio tan unísono con mi palabra y aquella ocasión tan propicia y excepcional para que antes del año realizase yo mis irrealizables delirios…»

A la memoria desagraciada del joven literato Don Mariano José de Larra

Ese vago clamor que rasga el viento
Es la voz funeral de una campana:
Vano remedo del postrer lamento
De un cadáver sombrío y macilento
Que en sucio polvo dormirá mañana.
Acabó su misión sobre la tierra,
Y dejó su existencia carcomida,
Como una virgen al placer perdida
Cuelga el profano velo en el altar.
Miró en el tiempo el porvenir vacío,
Vacío ya de ensueños y de gloria,
¡Y se entregó a ese sueño sin memoria,
Que nos lleva a otro mundo a despertar!
Era una flor que marchitó el estío,
Era una fuente que agotó el verano;
Ya no se siente su murmullo vano,
Ya está quemado el tallo de la flor.
Todavía su aroma se percibe,
Y ese verde color de la llanura,
Ese manto de yerba y de frescura,
Hijos son del arroyo creador.
Que el poeta en su misión,
Sobre la tierra que habita
Es una planta maldita
Con frutos de bendición.
Duerme en paz en la tumba solitaria
Donde no llegue a tu cegado oído
Más que la triste y funeral plegaria
Que otro poeta cantará por ti.
Ésta será una ofrenda de cariño
Más grata, sí, que la oración de un hombre,
Para como la lágrima de un niño,
¡Memoria del poeta que perdí!
Si existe un remoto cielo
De los poetas mansión,
Y sólo le queda al suelo
Ese retrato de hielo,
Fetidez y corrupción,
¡Digno presente, por cierto,
Se deja a la amarga vida!
¡Abandonar un desierto
Y darlo a la despedida
La fea prenda de un muerto!
Poeta, si en el no ser
Hay un recuerdo de ayer,
Una vida como aquí
Detrás de ese firmamento…
Conságrame un pensamiento
Como el que tengo de ti.

Desde aquel momento dejaron de ser irrealizables aquellos delirios ya que abrió la puerta de la fama. Cultivó todos los géneros poéticos: lírica, épica y dramática. Algunas de sus obras más importantes fueron: Don Juan Tenorio, El capitán Montoya, Granada o A buen juez, mejor testigo. En esta ocasión, y coincidiendo con el día del libro, el Grupo Editorial Audiolibro.org tiene el placer de obsequiarles con otro magnífico poema de José Zorrilla, El Reloj.

José Zorrilla murió en Madrid el 23 de Enero de 1893.

El Reloj

Cuando en la noche sombría
Con la luna cenicienta,
De un alto reloj se cuenta
La voz que dobla a compás;
Si al cruzar la extensa plaza
Se ve en si! tarda carrera
Rodar la mano en la esfera,
Dejando un signo detrás,
Se fijan allí los ojos,
Y el corazón se estremece,
Que según el tiempo crece,
Más pequeño el tiempo es;
Que va rodando la mano,
Y la existencia va en ella,
Y es la existencia mas bella
Porque se pierde después.
¡Tremenda cosa es pasando
Oír, entre el ronco viento,
Cuál se despliega violento
Desde un negro capitel
El son triste y compasado
Del reloj, que da una hora
En la campana sonora
Que está colgada sobre él!
Aquel misterioso círculo,
De una eternidad emblema,
Que está como un anatema
Colgado en una pared,
Rostro de un ser invisible
En una torre asomado,
Del gótico cincelado
Envuelto en la densa red,
Parece un ángel que aguarda
La hora de romper el nudo
Que ata el orbe, y cuenta mudo
Las horas que ve pasar;
Y avisa al mundo dormido,
Con la punzante campana,
Las horas que habrá mañana
De menos al despertar.
Parece el ojo del tiempo,
Cuya viviente pupila
Medita y marca tranquila
El paso a la eternidad;
La envió a reír de los hombres
La Omnipotencia divina,
Creó el sol que la, ilumina,
Porque el sol es la verdad.
Así a la luz de esa hoguera
Que ha suspendido en la altura,
Crece la humana locura,
Mengua el tiempo en el reló;
El sol alumbra las horas
Y el reloj los soles cuenta,
Porque en su marcha violenta
No vuelva el sol que pasó.
Tremenda cosa es, por cierto,
Ver que un pueblo se levanta
Y se embriaga y ríe y canta
De una plaza en derredor;
Y ver en la negra torre
Inmoble un reloj marcando
Las horas que va pasando
En su báquico furor.
Tal vez detrás de la esfera
Algún espíritu yace
Que rápidamente hace
Ambos punzones rodar
Quizá al declinar el día,
Para hundirse en Occidente
Asoma la calva frente,
El universo a mirar.
Quizá a la luz de la luna
Allá en la noche callada,
Sobre la torre elevada
A meditar se asentó:
Y por la abierta ventana,
Angustiado el moribundo,
Al despedirse del mundo
De horror transido le vio.
Quizá asomando a la esfera
La noche pasa y los días,
Marcando la hora postrera
De los que habrán de morir;
Quizá, la esfera arrancando,
Asome al oscuro hueco
El rostro nervioso y seco
Con sardónico reír.

¡Ay, que es muy duro el destino
De nuestra existencia ver
En un misterioso círculo
Trazado en una pared!
Ver en números escrito
De nuestro orgulloso ser
La miseria…, el polvo…, nada,
Lo que será nuestro fue.
Es triste oír de una péndola
El compasado caer
Como se oyera el rüido
De los descarnados pies
De la muerte, que viniera
Nuestra existencia a, romper;
Oír su golpe acerado
Repetido una, dos, tres,
Mil veces, igual, continuo
Como la primera vez.
Y en tanto por el Oriente
Sube el sol, vuelve a caer,
Tiende la noche su sombra,
Y vuelve el sol otra» vez,
Y viene la primavera,
Y el crudo invierno también,
Pasa el ardiente verano,
Pasa el otoño, y se ven
Tostadas hojas y flores
Desde las ramas caer.
Y el reloj dando las horas
Que no habrán más de volver;
Y murmurando a compás
Una sentencia cruel,
Susurra el péndulo: «¡Nunca,
Nunca, nunca vuelve a ser
Lo que allá en la eternidad
Una vez contado fue!»

Descargar

Más Literatura española

Romanticismo

Más poesía