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Los zapaticos de rosa

septiembre 30, 2016 — 2 comentarios

Audiolibro: los zapaticos de rosa

José Martí

Los zapaticos de rosa

Poema

Voz: Lola Acevedo Díaz

Duración: 4 Minutos

Ambientación sonora: Gelosoft

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José Martí (1853-1895)

José Julián Martí Pérez fue un escritor, pensador, filósofo, poeta, ensayista, periodista, traductor y líder nacionalista fundador del Partido Revolucionario Cubano: un icono exponente de la Libertad que está considerado como «El Apóstol de la Independencia de Cuba de España«. Viajante, ideólogo, político e intelectual, su vida giró en todo momento sobre el enaltecimiento de los valores humanos, la democracia y una cultura modernista que ha proporcionado un legado imprescindible para entender la literatura latinoamericana desde finales del siglo XIX.

Audiolibros: José Martí -CC BY-SA 3.0 - John Manuel K T Restauration

José Martí murió un 19 de mayo de 1985 luchando por sus ideales en la Batalla de Dos Ríos donde se enfrentaban independentistas cubanos contra las fuerzas del Ejército colonial español durante la Guerra de la Independencia de Cuba.

Los zapaticos de rosa

Este exquisito cuento-poema se publicó en la revista infantil cubana La Edad de Oro en septiembre de 1889. En sus versos, José Martí reflexiona con gran dulzura y delicadeza cómo deben entenderse los sentimientos y los comportamientos humanos dentro de una sociedad. Para ello, Los zapaticos de rosa tiene como protagonista a una niña rica llamada Pilar que pasea con su madre por la playa luciendo un sombrero nuevo de plumas. Aunque su madre le advierte tener cuidado de no mojar sus zapaticos, Pilar regresa a su lado descalza ya que ha regalado sus zapaticos a una nueva amiga que acaba de conocer, una niña enferma que acude a un triste Mar para curarse.

Los zapaticos de rosa pone de manifiesto el sentido humanista, estético y sensible de Martí con un poema liderado por personajes femeninos que contraponen elementos como riqueza y pobreza, odio y compasión, salud y enfermedad, alegría y tristeza, en definitiva, un Poema que pone de manifiesto valores verdaderos y fundamentales como la belleza, el amor, la naturaleza y la esperanza.

Un poema que logra emocionar a través de unos sencillos versos magistralmente interpretados por la voz de Lola Acevedo Diaz.

José Martí: Poesía: Los zapaticos de rosa

Hay sol bueno y mar de espuma,
Y arena fina, y Pilar
Quiere salir a estrenar
Su sombrerito de pluma.

«¡Vaya la niña divina!»
Dice el padre y le da un beso:
«¡Vaya mi pájaro preso
A buscarme arena fina!»

«Yo voy con mi niña hermosa»,
Le dijo la madre buena:
«¡No te manches en la arena
Los zapaticos de rosa!»

Fueron las dos al jardín
Por la calle del laurel:
La madre cogió un clavel
Y Pilar cogió un jazmín.

Ella va de todo juego,
Con aro, y balde, y paleta:
El balde es color violeta:
El aro es color de fuego.

Vienen a verlas pasar:
Nadie quiere verlas ir:
La madre se echa a reír,
Y un viejo se echa a llorar.

El aire fresco despeina
A Pilar, que viene y va
Muy oronda: «¡Di, mamá!
¿Tú sabes qué cosa es reina?»

Y por si vuelven de noche
De la orilla de la mar,
Para la madre y Pilar
Manda luego el padre el coche.

Está la playa muy linda:
Todo el mundo está en la playa:
Lleva espejuelos el aya
De la francesa Florinda.

Está Alberto, el militar
Que salió en la procesión
Con tricornio y con bastón,
Echando un bote a la mar.

¡Y qué mala, Magdalena
Con tantas cintas y lazos,
A la muñeca sin brazos
Enterrándola en la arena!

Conversan allá en las sillas,
Sentadas con los señores,
Las señoras, como flores,
Debajo de las sombrillas.

Pero está con estos modos
Tan serios, muy triste el mar:
¡Lo alegre es allá, al doblar,
En la barranca de todos!

Dicen que suenan las olas
Mejor allá en la barranca,
Y que la arena es muy blanca
Donde están las niñas solas.

Pilar corre a su mamá:
«¡Mamá, yo voy a ser buena:
Déjame ir sola a la arena:
Allá, tú me ves, allá!»

«¡Esta niña caprichosa!
No hay tarde que no me enojes:
Anda, pero no te mojes
Los zapaticos de rosa.»

Le llega a los pies la espuma:
Gritan alegres las dos:
Y se va, diciendo adiós,
La del sombrero de pluma.

¡Se va allá, dónde ¡muy lejos!
Las aguas son más salobres,
Donde se sientan los pobres,
Donde se sientan los viejos!

Se fue la niña a jugar,
La espuma blanca bajó,
Y pasó el tiempo, y pasó
Un águila por el mar.

Y cuando el sol se ponía
Detrás de un monte dorado,
Un sombrerito callado
por las arenas venía.

Trabaja mucho, trabaja
Para andar: ¿qué es lo que tiene
Pilar que anda así, que viene
Con la cabecita baja?

Bien sabe la madre hermosa
Por qué le cuesta el andar:
«¿Y los zapatos, Pilar,
Los zapaticos de rosa?»

«¡Ah, loca! ¿en dónde estarán?
¡Di, dónde, Pilar!» ?«Señora»,
Dice una mujer que llora:
«¡Están conmigo: aquí están!»

«Yo tengo una niña enferma
que llora en el cuarto oscuro.
Y la traigo al aire puro
A ver el sol, y a que duerma.

»Anoche soñó, soñó
con el cielo, y oyó un canto:
Me dio miedo, me dio espanto,
Y la traje, y se durmió.

»Con sus dos brazos menudos
Estaba como abrazando;
Y yo mirando, mirando
Sus piececitos desnudos.

»Me llegó al cuerpo la espuma,
Alcé los ojos, y vi
Esta niña frente a mí
Con su sombrero de pluma».

«¡Se parece a los retratos
Tu niña!» dijo: «¿Es de cera?
¿Quiere jugar? ¡Si quisiera!…
¿Y por qué está sin zapatos?

»Mira: ¡la mano le abrasa,
Y tiene los pies tan fríos!
¡Oh, toma, toma los míos;
Yo tengo más en mi casa!»

«No sé bién, señora hermosa,
Lo que sucedió después:
¡Le vi a mi hijita en los pies
Los zapaticos de rosa!»

Se vio sacar los pañuelos
A una rusa y a una inglesa;
El aya de la francesa
Se quitó los espejuelos.

Abrió la madre los brazos:
Se echó Pilar en su pecho,
Y sacó el traje deshecho,
Sin adornos y sin lazos.

Todo lo quiere saber
De la enferma la señora:
¡No quiere saber que llora
De pobreza una mujer!

«¡Sí, Pilar, dáselo! ¡y eso
También! ¡Tu manta! ¡Tu anillo!»
Y ella le dio su bolsillo:
Le dio el clavel, le dio un beso.

Vuelven calladas de noche
A su casa del jardín:
Y Pilar va en el cojín
De la derecha del coche.

Y dice una mariposa
Que vio desde su rosal
Guardados en un cristal
Los zapaticos de rosa.

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Las alas robadas

noviembre 6, 2009 — Deja un comentario

alasLas alas robadas
Cuento anónimo africano
Voz: Lola Acevedo
Duración: 9 Minutos
Música: Tom Fahy and Sikos (cc:by-sa)
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Érase una vez un príncipe llamado Sakaye Macina que viajaba por placer. Y he aquí que llegó a una ciudad en un día de feria.
Al apearse de su caballo oyó a un viejo que voceaba:
-¿Quién quiere, por una jornada de trabajo, ganar cien monedas de oro?
Sakaye se acercó al anciano y le dijo:
-Yo estoy dispuesto a trabajar todo un día por ese salario.
El viejo era un guinarú que frecuentaba los mercados con el único propósito de engañar a algún forastero y llevárselo a su choza para comérselo.
Respondió:
-Pues bien, Sakaye Macina. Deja tu caballo aquí y ven conmigo hasta el pie de aquella alta montaña. Allí encontrarás la faena que has de hacer.
Sakaye siguió, sin pronunciar palabra, al guinarú, que había tomado el camino de la montaña indicado. Así que llegaron a las estribaciones del monte altísimo, el guinarú dijo:
-Sube a la cúspide. Arriba hallarás a tus compañeros ocupados ya en la labor.
-Pero, ¿por dónde puedo escalar la cima? -preguntó Sakaye-. No veo la posibilidad. ¡Si está cortada casi a cuchillo!
-Yo te proporcionaré una montura que te llevará a destino -respondió el viejo guinarú.
Palmoteo éste y al punto apareció una tórtola gigantesca ensillada.
-Monta este corcel -ordenó el viejo.
Sakaye obedeció y el pájaro se elevó hasta la cima de la alta montaña. Una vez allí, depositó a su jinete sobre una enorme roca y desapareció.
Sakaye miró en derredor y vio una choza amarilla. Esta choza era de oro puro.
Se aproximó y con asombro observó a un anciano cuyos ojos eran tan grandes y amarillos como el sol de mediodía.
Y divisó, cuando se dirigía hacia este viejo, a lo lejos y por encima de él, el Universo entero, pues la montaña sobre la cual se encontraba era la más alta de toda la tierra.
Muy cerca de este viejo de «los ojos de sol» vio una gran cantidad de cráneos humanos esparcidos por el suelo.
Preguntó al viejo de quién era la choza de oro y quién había matado a los dueños de aquellos cráneos.
Le preguntó también por qué razón un hombre tan viejo como él se encontraba en un lugar tan espantoso, mayormente cuando, según todas las apariencias, era el único ser que moraba en aquella soledad altísima.
-Sakaye Macina -respondió el anciano- yo soy el guardián de esta choza. Los que aquí habitan son yébem, devoradores de hombres. ¡He aquí que tú estás en poder de ellos y no te escaparás! El padre de ellos te ha encontrado en el mercado y te sedujo con la esperanza de poseer el oro que te ofreció por un jornal. En consecuencia, espera aquí tu fin, porque dentro de un instante caerás en sus manos, donde hallarás la muerte. Te devorarán tan pronto el yébem que te ha encontrado esté de regreso. ¡Y no tardará mucho!
-¿Tú también eres un devorador de hombres? -le preguntó Sakaye.
-¿Yo? -exclamó el anciano-. ¡No! Yo soy un yébem, pero en ningún modo de los devoradores de hombres. Yo pertenezco a otra raza diferente. Me obligan a permanecer aquí en virtud de un sortilegio que me priva del uso de las piernas; a no ser por esto, hace mucho tiempo que habría regresado al lado de los míos. Delante de la choza les sirvo de guardián y me es imposible escapar.
-Muy bien, anciano. ¿Y dónde están en este momento esos ogros propietarios de la choza de oro y dueños de tus piernas?
-Están de caza y volverán al mismo tiempo que su padre, a quien tú ya conoces.
-Entonces, ¿ahora no hay nadie en la vivienda?
-Nadie, a excepción de unos yébem muy jóvenes que se distraen jugando a las conchas.
-Entraré, pues, y me esconderé en algún granero, en espera de la noche para escapar.
-Te suplico que no hagas tal cosa -gritó el viejo-. Tú serías la causa de mi perdición, pues los yébem, a su regreso, me matarían sin compasión al oler carne humana en su casa.
Sakaye, que sabía que el guinarú de los «ojos de sol» no podía nada contra él, porque el sortilegio le impedía el uso de las piernas, entró precipitadamente, sin hacer caso de sus advertencias y súplicas.
Al ver al intruso, los jóvenes yébem, que estaban jugando y se habían quitado las alas para estar más desembarazados, se asustaron y se metieron de un salto en un gran agujero que había en el centro de la guarida. Pero tuvieron tiempo de recoger sus alas.
Tan sólo la hermana, una muchacha muy jovencita, abandonó las suyas en la precipitación de la huida.
Cuando ella se encontró en medio de sus hermanos, éstos le dijeron:
-Pequeña, has dejado tus alas a la discreción del intruso. Anda por ellas, aunque ello te cueste la libertad. Debes intentar recuperarlas, pues jamás se ha dado el caso de que una yébem haya dejado sus alas en poder de un humano.
La joven yébem, a pesar de su espanto, regresó a la choza y, dirigiéndose a Sakaye, le dijo:
-¡Humano, yo te suplico que me devuelvas mis alas!
-Te las devolveré con una condición -respondió el príncipe-. Quiero que me lleves a mi pueblo.
-Te lo prometo -dijo ella.
Entonces Sakaye le devolvió las alas y ella se las puso en lugar adecuado. Hecho esto, el príncipe montó sobre la espalda de la joven yébem y voló tan alto, tan alto, que ya no podía distinguir siquiera la tierra.
Ella lo depositó delante de la puerta del palacio del rey y quiso, inmediatamente, regresar a la choza de la alta cumbre, pero Sakaye la retuvo a la fuerza. Para lograrlo, le quitó las alas y las escondió en los almacenes del rey.
Y acaeció luego, que la tomó por esposa. Desposados, vivieron así algunos años, y la joven yébem dio a luz tres hijos, todos derechos como un huso y lindos como flores.
A pesar de la alegría que ella sentía de ser madre, la yébem tenía el corazón apesadumbrado. Añoraba y sentía nostalgia de la soledad de las altas cumbres.
Una noche, mientras su marido y sus hijos dormían, se transformó en un ratoncillo y, por un diminuto agujero, penetró en el almacén de su suegro el rey. Cogió las alas y se las ajustó en los hombros. Luego, volvió para buscar a sus hijos, los ocultó bajo sus alas y, remontando el vuelo, se dirigió rauda hasta la montaña de sus amores.

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1001_2Las mil y una noches
Fábulas del asno, el buey y el labrador
Anónimo
Voz: Lola Acevedo Diaz
Duración: 12 Minutos
Música: Mattias Westlund (cc:by)
FX: Audio-libro.com

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Precio de la descarga: 1.50 Euro

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Segundo cuento extraído de Las mil y una noches.

Audiolibro: Las mil y una noches

La primera traducción completa de los cuentos de Las Mil y una noches se publicó por primera vez en Francia en el siglo XVIII, exactamente en 1704, gracias al orientalista y arqueólogo galo Antoine Galland.

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1001El rey Schariar y su hermano el rey Schazaman
Las mil y una noches
Anónimo
Voz: Lola Acevedo Diaz
Duración: 22 Minutos
Música: Mattias Westlund (cc:by)

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Precio de la descarga: 2 Euros

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Primer audiolibro de la colección: Las mil y una noches

La literatura árabe empezó a decaer en el siglo XI, y en el XIII, tras la invasión mogólica, desapareció casi por completo. Sin embargo, en este época se redactó definitivamente Las mil y una noches, colección de cuentos de origen indio que fuero traducidos al persa y que posteriormente penetraron en Arabia, donde se les añadieron relatos fantásticos de procedencia egipcia.

Las Mil y una noches

Los cuentos que integran las Mil y una noches, más que una producción completamente árabe, constituyen una clara muestra de la desbordante fantasía oriental. La unidad narrativa se consigue mediante el recurso de ponerlos en labios de la hermosa y no menos inteligente Scherezade, esposa del sultán Schariar. La sultana, cada amanecer, interrumpe su narración a fin de evitar o cuando menos retrasar la triste suerte que aguarda a todas las esposas del sultán, que deben morir tras la primera noche nupcial. Al llegar la noche mil una, la sentencia fue revocada.

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Lost ChurchRomances
Compilados por Audiolibro.org
Voz: Paco Esquivias y Lola Acevedo
Duración: 25 Minutos
Música: Classiccat & MusOpen

PRECIO DE LA DESCARGA : 2 EUROS

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La Literatura medieval española se caracteriza por el uso de la rima y el ritmo,  y por poner de manifiesto temas como el amor, la guerra y la religión.

A continuación les ofrecemos de forma gratuita 2 bellos romances.

Romance: Abenamar : Lola Acevedo Diaz

El Romance de Abenámar es un poema lírico medieval incluido en el Romancero viejo (siglo XVI) que cuenta la historia de Abenámar, noble musulmán, cuando el rey Juan II le lleva antes los muros de la ciudad de Granada. Una ciudad tan bella que se personifica en una mujer…

¡Abenámar, Abenámar,  

moro de la morería,
el día que tú naciste  

grandes señales había!
Estaba la mar en calma,  

la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace  

no debe decir mentira.

Allí respondiera el moro,  

bien oiréis lo que diría:
—Yo te lo diré, señor,  

aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro  

y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho  

mi madre me lo decía
que mentira no dijese,  

que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,  

que la verdad te diría.
—Yo te agradezco, Abenámar,  

aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?  

¡Altos son y relucían!

—El Alhambra era, señor,

  y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,

  labrados a maravilla.
El moro que los labraba  

cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,  

otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,  

huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,  

castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,  

bien oiréis lo que decía:
—Si tú quisieses, Granada,  

contigo me casaría;
daréte en arras y dote  

a Córdoba y a Sevilla.
—Casada soy, rey don Juan,  

casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene  

muy grande bien me quería.

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Romances en formato audiolibro

Romance : Romance de Fernán D’Arias : Paco Esquivias

El Romance de Fernán D’Arias es un poema épico medieval anónimo que narra la historia de Fernán D’Arias, un guerrero cristiano que luchó en la Reconquista española contra los musulmanes.

Por aquel postigo viejo
que nunca fuera cerrado
vi venir pendón bermejo
con trescientos de caballo,
en medio de los trescientos
viene un monumento armado,
y dentro del monumento
viene un cuerpo de un finado
Fernán d’Arias ha por nombre,
fijo de Arias Gonzalo.

Llorábanle cien doncellas,
todas ciento hijasdalgo;
todas eran sus parientas
en tercero y cuarto grado,
las unas le dicen primo,
otras le llaman hermano,
las otras decían tío
otras lo llaman cuñado.

Sobre todas lo lloraba
aquesa Urraca Hernando,
¡y cuán bien que la consuela
ese viejo Arias Gonzalo!:

—Calledes, hija, calledes,
calledes, Urraca Hernando,
que si un hijo me han muerto,
ahí me quedaban cuatro.

No murió por las tabernas
ni a las tablas jugando,
mas murió sobre Zamora,
vuestra honra resguardando.

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